Encantar al mundo
“Y sin embargo la vida es una cosa hermosa, verdad?”, dice el viandante de Leopardi que piensa lo contrario e interroga irónicamente el vendedor de almanaques.
“Todo el mundo sabe eso” responde el vendedor de almanaques.
Mientras entramos en un nuevo año, que deseamos siempre mejor que el anterior, examinemos el presente y no nos dejemos confundir por la nostalgia del pasado y la expectativa de futuro.
En “Ejercicios espirituales”, Pierre Hadot nos insta a reencontrar el gusto del presente: Para Goethe, los Ancianos sabían vivir en el presente, en la “salud del momento”, en lugar de perderse como los Modernos, en la nostalgia del pasado y del futuro.
No es que Goethe ignore que los momentos presentes de la vida cotidiana puedan estancarse en lo trivial, lo ordinario, lo banal o lo mediocre, que es el gran peligro que amenaza el hombre. La vida vulgar y trivial es una vida sin ideales, una rutina dominada por la costumbre, las preocupaciones, los intereses egoístas, que nos esconden el esplendor de la existencia. Una vida carcomida por deseos insaciables: la riqueza, la gloria, la acumulación, la apropiación…
Cómo volver al encanto de una mirada nueva sobre la vida y el mundo?
Tumbado en el suelo, la cabeza en las nubes, despertado por el canto del mundo de los pájaros y de los gallos que cotorrean por la mañana, los ojos aún medio cerrados, como en el primer día, y deslumbrado por el paisaje de la tierra sin artificio que se nos ofrece. Eso nos lleva a las reflexiones de Hartmut Rosa sobre la Resonancia: según él la alienación contemporánea está ligada a la presión del tiempo sobre nuestras existencias y la sumisión a una lógica de aceleración social.
Cuántas veces escuchamos que la gente ya no tiene tiempo de parar, admirar un paisaje, una calle, una persona, cuidar las relaciones, abrir textos enviados, escribir una carta, cultivarse…? Pero, según él, las respuestas dadas por el concepto de lentitud al fenómeno de la aceleración (slow food, slow life, retiros de meditación, excursiones en la montaña…) no son alternativas sociopolíticas creíbles en régimen-tiempo capitalista.
De aquí el trabajo hecho sobre el concepto de Resonancia: “los seres humanos, además de la necesidad de reconocimiento, necesitan también entrar en relación con el mundo, encontrar un modo no alienado de actuar en el mundo”.
Es este lugar utópico, en el sentido de la búsqueda de una isla bienhechora, donde las cosas, los lugares, las personas que nos encontramos nos emocionan, nos asombran, donde el mundo pasa de mudo a cantante.
Marx había llamado a este fenómeno “alienación”, Weber “desencanto”, Lukács “reificación”, Camus vio en ello el nacimiento del absurdo. Paradójicamente, el mandamiento implícito de conexión y transparencia, hecho enfermizo, a través de la disponibilidad permanente a la intrusión permanente de las redes sociales y la exhibición de nuestras existencias acaba por transformar el mundo en virtual, y después mudo, y nos acerca peligrosamente al burn-out individual y ecológico.
En “El pabellón de oro”, el escritor Mishima decía: “Lo que caracteriza el infierno, es que ahí se distingue todo, hasta lo más mínimo, con la última nitidez, y eso, en medio de una noche de tinta”. Se acercaba a su colega Tanizaki: “Para mí, me gustaría intentar revivir en el ámbito de la literatura, al menos, este universo de sombra que estamos desdibujando. Me gustaría ampliar el toldo de este edificio que se llama “literatura”, obscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que es demasiado visible y despojar de su interior de todo adorno superfluo”.
Y si estuviéramos más atentos a las pequeñas cosas microscópicas que hacen la belleza y que nos quedan a menudo lejanas.
Lynn Margulis y Dorion Sagan nos recuerdan en “El universo bacterial” que no hay vida sin simbiosis. Los hombres, cuando miran la vida en la Tierra, piensan que son los soberanos y que constituyen la forma de vida más avanzada en el planeta.
La visión de la evolución como una sangrienta y permanente competición entre individuos y especies- distorsión frecuente de la noción darwiniana de “supervivencia del más apto”- se disuelve a favor de una nueva visión de cooperación contínua, de interacción fuerte y dependencia mútua entre las diferentes formas de vida. La vida no ha conquistado el planeta con la fuerza y el combate, ha tejido su red. Las formas de vida se han multiplicado y complejificado, cooptando otras, no matándolas simplemente.
Nuestros pensamientos estereotipados se han alejado del corazón, de los instintos y del espíritu. Los eslóganes y el discurso gerencial que se han entrometido en nuestras formas de comunicar han vuelto el lenguaje inexpresivo, petrificándolo en una codificación estéril.
La especialización a ultranza de nuestro mundo fragmentado en disciplinas herméticas ha conducido al desmenuzamiento de los saberes.
En el diálogo del viandante y del vendedor de almanaques, Leopardi revela un tímido amor por la vida y una discreta espera de la felicidad. Yo diría que hay que ir más lejos y predicar un amor efusivo por la vida y una discreta búsqueda de la felicidad. Habría que añadir también una pizca de locura de Don Quijote para vislumbrar la belleza luminosa. Porque, como afirma Clément Rosset, “no hay alegría sin locura, cualquier hombre alegre es a su manera un hombre sin razón…En ausencia de toda razón de vivir creíble , sólo queda la alegría porque ésta prescinde de toda razón”. Cultivemos la alegría, que a diferencia de la felicidad, que depende del contexto, es una actitud intemporal e irracional.